sábado, 18 de julio de 2015

Vecinos

Vivo en un barrio
a las afueras de la ciudad.
Cada día de verano
veo a mis vecinos sentados
en sus puertas,
sin absolutamente
nada que hacer.

Los miro,
siento pena por ellos.
Se sientan ahí,
hablan de nada.

Están muriéndose
con este calor al final de la tarde.
Se están muriendo mientras
me miran caminar por la calle.
Se están muriendo mientras
se mueven las agujas del reloj de la iglesia.

Incluso siento sus miradas
en mi nuca
mucho después
de haberlos pasado.
Los oigo hablar
del tiempo, del calor,
del precio de los emparedados.
Conversaciones vacías,
palabras vacías,
sin vida, ¡no hay luz!
no hay sangre
en ninguno de ellos.

Están muertos.
¡Están muertos!

Pero lo peor de todo
es que sospecho
que ellos
no lo saben.

Despertad, joder.
Atendedme un minuto,
dejad vuestra decadencia
un minuto,
es importante:
¡Estáis muertos, despertad!

Los miro y veo
en sus miradas
yacer desangrándose
su curiosidad.
Los miro y veo
todos sus sentidos
apagados de luz,
acostumbrados todos ellos
a la oscuridad,
a cada día,
igual al anterior.

Si llegara el día
en que fuera yo la que ahí
yaciera sentada,
espero recordar
como un puñal
estas palabras.