Esta negligencia absurda que supone
caminar hacia ningún sitio
día tras día
es la que está empezando a matarme.
He olvidado el sentido de todo esto.
De hecho, creo acercarme a una
dolorosa y evidente verdad:
Nada tiene absoluto fin ni trasfondo
más allá del hecho.
Nosotros, deambulantes decapitados
inventamos uno
para no morir
de incertidumbre.
Para no asumir que vivimos sin más
desgracia que el eco
de nuestras vacías cáscaras.
Para que no nos consuma la
revelación de vernos perdidos
en desiertos de ninguna tierra.
Para no perecer en el sinsentido
de la existencia.
Para no morir si antes creer
que tenía algo más de peso
que vivir.
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